martes, 16 de febrero de 2010

Más allá de...

“Acoge el silencio, como guardián, como amigo, que la inseguridad y el miedo podrían escucharte. Entre tu piel y la muerte hay un íntimo lazo. En el pórtico de un mundo que no conoces, hay un deseo ferviente de que así siga.
En las brumas de mi alma, en los pantanos de mi razón, en la tundra de mi corazón, una florecilla, tímida y dudosa crece, un afecto que llena mi nada y satisface mi delirio.
Un suspiro toma su presa de paso a un razonamiento, en las profundidades de un bosque donde la muerte mora, un terror posesiona mi alma domesticando mi pensamiento.
Un gran dolor es gravado en mi persona, un dolor que se encarna en idea recurrente a una acción, mi piel se estremece, mis palabras se cuartean, mi valor se desmorona, mi ser quiebra.
“¿Dejarla ir?”.
Tengo un tesoro, pasando por mis cercanías, peligrando a cada paso en mi inhóspito, sombrío, fúnebre, decadente e involutivo mundo, “¿qué hace aquí?”.

martes, 9 de febrero de 2010

Huellas de culpa

Un par de pasos se extendían por una pradera, bajo la sombra de un árbol, un hombre descansaba.
—tomó en sus manos una hoja que caía.—¿por qué no ser como esta hoja?, qué envidia con ella, tan libre de problemas y preocupaciones.
Su aspecto era áspero a la vista, su ropa maltratada, y su mirada perdida. Un largo camino había recorrido, como girasol en busca del cielo.
Quién lo podría decir, que aquel hombre harapiento, fue antes un galante caballero. Uno que la gloria había encontrado, la ovación del pueblo, por mano de una treta.
—sabes pequeña hoja, te falta clase, a este paso jamás impresionarás a tus iguales.—soltó una carcajada.—Pero qué caso tiene, ya te has caído del árbol.
Recargado bajo aquella sombra se encontraba el pedazo de un antes guerrero, su espada había tirado en alguna cantina, su armadura había vendido como chatarra, y su honor, hacía años que había comerciado.
—mira, esto es lo que queda de un gallardo caballero que alguna vez sirvió al rey, ahora ni a los cerdos puedo acercarme…—una vez más, lanzó una carcajada.
“—en tus buenos tiempos, por mando, mucha sangre derramaste, todo en nombre de la justicia… ¿cómo llamarte asesino, si eras un héroe? Ah, es cierto, sangre inocente derramaste una vez, una criatura hermana, un precioso pensar extinguiste por fama”
—¿quién anda ahí?
Ni siquiera alzaba la mirada, no se movía, sólo respondía a aquella voz femenina.
“—mi nombre no interesa, sólo vine a defender la memoria de aquel ser que desapareciste tan egoístamente… aquel que fue mi amigo, mi hermano, vine a arrastrarte conmigo a la locura”
—soltó una mofa.—¿me llevarás hacia la locura?, no me hace falta una mano, pero… no te daré el placer de llevarme contigo…
“—soy una voz en tu cabeza, más que suficiente como para atarte al abismo, nos arrastraremos por esta oscuridad, tu egoísmo y mi rencor nos escoltarán hacia la destrucción… bienvenido”
—que la guerra comience, no me dejaré llevar por ti…—cerró los ojos.
Pero la voz no se marchó, le hablaba a cada momento, cualquier cosa, por más absurda, no paraba de hablar. Por las noches no le dejaba dormir, sin mencionar que mientras le contestaba las personas aún más le repudiaban, “está loco” pronunciaban, mientras él contestaba sutilmente, con ese orgullo en alto “ella no ha ganado aún”
Poco a poco, su transformación en ermitaño estaba por completarse, lejos de las personas, señalado, completamente inverso a como en sus buenos años fue.
“—mira nada más en lo que te has convertido, en un loco que la gente teme, al que nadie cree una sola palabra, ¿no es curioso?, esas mismas personas fueron las que tu nombre gritaron con euforia, ahora te gritan para que te alejes.—soltó una carcajada”
Aquel hombre no contestó, sólo se quedaba bajo la paz de aquel árbol.
Fue así que aquel caballero de hilachas dejó de cruzar palabra con seres semejantes, pronto sólo le hablaba a objetos, aunque una vez más, bajó, ahora no decía nada. El eco de aquella voz en su cabeza ahora dominaba el parlamento, día tras día, así pasaron años.
“—lobo lobito, ¿estás ahí?... ¿acaso estás dormido?, ¿acaso puedes dormir con mi voz hablándote directamente?, aunque los oídos te tapas, puedes oírme perfectamente, ¿acaso así puedes cerrar tus ojos?”
A veces se ponía a recitarle algún poema, para luego terminarlo con la predicción de su ser futuro, o sencillamente le hacía preguntas constantes, haciéndole dudar de su coherencia.
Una vez más, esas huellas estaban marcadas, pasos solitarios y sin sentido, ya que esos pies, no buscaban un lugar, sólo andaban, y andaban, hasta desfallecer.
Silencioso, su rostro siempre fue sereno, los primeros meses eran de cólera, de disputa, pero entonces se cansó, se rindió, y decidió guardar su voz, no era necesaria de cualquier forma.
Una mañana a entradas del otoño, una vez más, una pequeña hoja cayó sobre su mano, la miró atentamente, y unas palabras pronunció.
—siempre tan libre.—su voz era sumisa, débil.
Entonces se dio cuenta, aquella voz ya no estaba, el silencio agobiaba su cabeza, era tan extraño y desconocido.
—silencio… luego de tanto tiempo, de verdad que lo había olvidado... ¡maldito miserable, tanto que me torturaste con tu ausencia, un día te largaste, dejándome al borde de la desesperación, y ahora así como así regresas!, ¡ah, qué dulzura, el tan afamado silencio ha regresado a mí!
Pero a pesar de sus palabras, no se callaba, era como si le temiera a lo ya obtenido.
—¡maldita sea, te odio, te aborrezco, eres tan enfermizo, mira nada más cómo me has dejado!, ¡ahora no puedo callarme, porque sé que cuando lo haga… tú estarás ahí!
Revoloteaba y miraba al cielo, se movía de un lado a otro, lanzado piedras, o cualquier objeto que al estrellarse hiciera ruido.
—comenzó a reírse sin discriminación alguna.—¡lo has logrado, maldita mujer, has ganado la guerra, la desesperación invade una vez más mi ser!, ¡por qué te has callado, por qué tan de repente!, ¡habla, di algo!, ¡lo que sea, cualquier cosa, no soporto estar solo con él!.—se lanzó al suelo de rodillas, su rostro estaba retorcido por el estrés.—¡ANDA, HABLA!, ¡HABLA, HABLA, HABLA!!!...
Pero aquella mujer, jamás volvió a pronunciar palabra alguna.