viernes, 25 de diciembre de 2009

Crónicas de un buen celular

Éste es un homenaje a aquellos que estuvieron y que ya no están, a todos aquellos celulares que murieron en mis manos, tengan en cuenta que no los he olvidado.

Algo muy curioso que me gustaría comentar, es mi maldición para los celulares. Desde que tengo memoria, no ha habido un solo celular que me dure más de un año, siempre que va a tirar mi cumpleaños, ya saben qué regalarme, “a Adeil le hace falta un celular”, sí, cada año para la misma víspera perecen.

Mi primer celular, creo que me lo regaló una tía, era uno sencillo, bueno, nada más era para localizarme (para lo que son los celulares, no para traer ahí los mil y un artilugios), era azul, chistosito, de tan chistosito que un día me hizo la gracia de dejar de funcionar de la nada, creo que nada más me duró unos meses, dejó de podérsele teclear, y puff… para rematar, desapareció misteriosamente. Aún sigo especulando que se lo tragó mi sillón… pero bueno.

Mi segundo celular me lo regaló mi papá, creo que fue porque entré a la secundaría. Bueno, duró un poco más, pero igual, creo que de tantas caídas, y de que mi hermana lo usara como carito en la calle ( poniendo monitos y tallándolo contra la banqueta), dejó de funcionar… ya no prendía.

Un año después, me regalaron el “eterno Nokia”, sí, ése de la lamparita, uno de esos inmortales clásicos, de esos que juegas futbol con ellos y siguen sirviendo. Pero de tanto que duró, terminaron robándomelo. Después de ese incidente, pasé sin celular hasta la prepa, fue cuando me agandallé el segundo celular de mi madre(tenía dos, ¡¿para qué quería dos al mismo tiempo?!), mi preciado “Dante”, vaya, fue tan fiel a mí, hasta que un terrible 3 de octubre de determinado año, ¡zas!, fui a comer tacos de canasta (no me gustan, pero eran gratis), para mi sorpresa, mi leal Dante había sido tan “leal” como para quedarse en la mesa donde le dejé. Ah ¡cómo sufrí!, con todo el drama del mundo ya no quería otro celular, y busqué como loco en las tiendas uno del mismo modelo, para llenar el vacío que dejaba en mi bolsillo. Nada, todo inútil.

Sin más remedio, adquirí a “Dante 2” intentando llenar el espacio en mis pantalones, pero no quedaba justo. “Dante 2” quizás no era tan bueno como el primero, nunca son tan buenos como el primero, pero… qué más daba. Trágicamente, en mi afán por conseguir uno muy similar a él, no me fijé en lo delicado que podría ser. ¡ZAS!, una llamada que no, estando ya viejo, y sobre un buró… adiós Dante 2, decapitado.

No me rendí, ahora con el despecho de “Dante 2”, adquirí un “Dante 3” (vaya, y nomás no aprendo), era igualito, era el mismo modelo, pero en otro color. La misma suerte, ¡¿por qué rayos seguí poniendo mis celulares en ese buró?!, otro Dante decapitado.

¡Era inconcebible!, ¿por qué a mis “Dantes” siempre les pasaba lo mismo?, ¡¿por qué siempre se iba de mi lado?, quién sabe.

Con un Dante robado y dos Dantes decapitados, descubrí que… Dante no volvería a mí. Fue cuando obtuve a Damián, mi celular actual, aún se notaban los vestigios de aquellos Dantes, pero esta vez era diferente, ¡no lo compré de tapa!, ¡ahora era entero!, sus posibilidades de sobrevivir eran mayores. Así fue como terminé con Damián, pero lo curioso de esto viene aquí… hace unos días, mi mamá me dijo que llamó a mi antiguo celular de casualidad, al: “eterno Nokia”, y resulta que… le contestaron… Vaya.

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